Entramos en la canícula, el tiempo de la Estrella del Perro, Sirio, el que muerde la piel del mundo. Los días más tórridos del año. ¿Qué mejor lugar para aliviarse que un planetario? En el de Madrid, dentro de la exposición ‘Artemisa, la Magia de la Luna’, nuestro amigo Javier Olaciregui, el que firma “Olaci”, presenta la suya: ‘Horizontes cósmicos’. Una serie de nueve pinturas expresionistas, a la manera de Rothko.
Azules
Azules líquidos en interfaz con rosas secos, atravesados por una onda que se vuelve frecuencia. Cuadrángulos naranjas y bermellones secuenciados por otro vibrante trazo horizontal. Abstracciones luminosas concebidas desde la forma visible y su secreto sonido interior, su ritmo melódico. Un viaje simultáneo, hacia la música de las esferas y hacia lo desconocido dentro de nosotros mismos.
Qué gran misterio el del ritmo vuelto forma. Imagen viva del cosmos, origen del mito. Dan mucho que pensar los horizontes de ‘Olaci’. El universo como unión, separación y reunión de ritmos. Ritmo dual del Tao, Yin-Yang. Ritmo ternario para Occidente, desde los griegos. Comedia, drama, tragedia. Tesis, antítesis, síntesis.
Toynbee hablaba de “separaciones” y “transfiguraciones” -escalas del ritmo- para describir las crisis que conducen a la más alta dimensión espiritual. Sucede al compás de la Segunda Sinfonía de Mahler, ‘Resurrección’, una obra que parece venida de otro mundo. Separación: transferencia de énfasis, del mundo externo al interno. Transfiguración: alcanzar el cénit, el punto central del cosmos, dentro de nosotros mismos.
Dante y Heráclito
Vuelvo a los acrílicos de ‘Olaci’: irradian. ¿De qué manera? A través de ritmos cromáticos. Abstracciones que refractan el misterio humano. Cada cultura, cada ser vivo, posee un ritmo propio, porque el ritmo es imagen y sentido. El ritmo que escucha el Dante, el que mueve el sol y las estrellas, se llama amor. Heráclito lo sintió como una guerra, la del hombre proyectado hacia “lo otro”. Nuestra mayor amenaza: la quiebra de ese ritmo esencial, así en la vida física como en la política. La “hybris”, la desmesura, la ruptura de la medida.
Pintar en soledad y silencio, separación en busca de la transfiguración. Un viaje a lo desconocido para restablecer el equilibrio. Desde la duda al punto central del cosmos. Allá donde Ganímedes, el copero de los dioses, nos depara sus dones. Última ola de Olaciregui. Vértigo del ser sobre una superficie plana. El color como un fractal de la vida. Arcana Scriptura en su pintura.
Autor: Álvaro Bermejo en DV (23 de julio de 2024)