Autor: Antonio Elorza
Cumplidos de sobra los 50, Miguel Artola descubrió el placer de la navegación solitaria, no recorriendo grandes distancias, sino los puertos cercanos al de su amarre en San Sebastián. Fue la sorpresa una tarde que nos visitó a Marta y a mí en Hondarribia, ya que el trayecto en su velero, pasando por Ulía y por Jaizkibel, entrañaba sus riesgos. De esa afición marinera desconozco el desenlace, pero en cualquier caso revela el espíritu de aventura del historiador vasco, fallecido el mayo pasado en Madrid a los 96 años. Amaba la vida y amaba el trabajo, y para él la primera no podía existir sin el segundo. “El trabajo ha formado siempre parte de mi vida”, me contaba cerca ya de los 90, “tener una actividad, contar con algo que te ilusione”.
Revolución Francesa
Había emprendido ya entonces la investigación, nada menos que para escribir la historia de la Revolución Francesa, lo cual hubiera supuesto el reencuentro con la introducción a su ópera prima, Los afrancesados. No pudo terminarla, pero pocos años antes sí concluyó las tareas de coordinación de una historia de la ciencia con Sánchez Ron, en 2012, y de la Historia militar de España (siglo XIX), en 2015, donde introdujo una última anotación sobre la Guerra de Independencia.
El episodio de la navegación es una útil metáfora para entender la trayectoria de Artola historiador como un periplo. Su puerto de partida fue la investigación original sobre la política en la citada Guerra de Independencia, esto es, el complejo tránsito del sistema absolutista a un régimen liberal. Recordemos que eran tiempos difíciles para hablar de libertad: su libro sobre el afrancesamiento tuvo problemas de censura porque el prologuista, Gregorio Marañón, se declaró liberal. El nacional-catolicismo imponía su ley sobre la historiografía y el joven Artola dependía en el plano académico de Ciriaco Pérez Bustamante, tradicionalista, pero que no interfirió en su investigación. Muy pronto esta tuvo por objeto el conjunto de transformaciones que desde la monarquía absoluta llevaron a la Constitución de 1812.
La cautelosa opción del investigador por ese pasado de libertad política queda reflejada en anécdotas, como la que contaba su colega Jover, con Artola esgrimiendo la Constitución de 1812 durante una conferencia en la Menéndez Pelayo. Lo reflejará asimismo el tema para el ingreso en la Academia de la Historia tras la conmoción del 23-F: Los derechos del hombre. Y antes, con vistas a la Transición, el esfuerzo documental de Partidos y programas políticos (1808-1936).
Los afrancesados
Se trata de ver cómo y por qué fracasa la “monarquía parlamentaria” de Cádiz, convertida desde 1837 en una “monarquía constitucional”, sobre un fondo de represiones y guerras. Y en contra de la creencia habitual, con un solo patrón, el de 1837, y una alta estabilidad del poder, ya que el Gobierno nunca pierde unas elecciones hasta 1923. Palalelamente, la insolvencia del sistema, antes y después de 1808, lleva a Artola a ahondar en sus orígenes financieros, en dos libros sobre la Hacienda en el XVIII y en el XIX, integrado aquel en Antiguo Régimen y revolución liberal (1978). Avance en la explicación, preguntas, nueva indagación, síntesis. El periplo prosigue, en una larga navegación individual donde Artola trabaja sobre sus propias hipótesis, cita poco, busca referencias: así Mao para las guerrillas.
Amigos y últimas obras
La mirada se volvió finalmente hacia la génesis del Estado español en un libro más abierto al debate y de abrumadora documentación: La monarquía de España (1999). Luego, ya octogenario, publicará una reflexión de madurez, El constitucionalismo en la historia (2005), muestra de cómo un excepcional conocimiento histórico puede servir de fundamento a la ciencia política.
Muy oportuno este trabajo sobre un gran historiador que fue Amigo de la Delegación en Corte de la RSBAP. Goina bego.