El vasco de la carretilla

Ernioko artzaina

Texto: Francisco Javier Aramendia Gurrea

Foto: Juanjo Garbizu

Durante mi reciente estancia en Argentina varios de mis amigos y parientes de allí mencionaron la historia de un vasco singular por la originalidad de sus proezas: se trataba del llamado popularmente “El Vasco de La Carretilla” ¿Quién era este paisano?

Su identidad es esta: Guillermo Larregui Ugarte, nacido en noviembre de 1885, en el castizo barrio pamplonés de la Rochapea, emigrado a la Argentina con 15 años, como tantos y tantos vascos, normalmente de familias de muchos hijos y escasos medios, que con no excesiva formación académica por la penuria de medios, pero rebosantes de ilusiones, optaban por tratar de “hacer las américas”, bastantes de ellos encaminándose a la extensa y fértil Argentina.

Sus primeros 35 años transcurrieron sin mayor historia, hasta recalar en los años treinta en Patagonia como trabajador en una compañía petrolera estadounidense, pues eran años de importantes descubrimientos de hidrocarburos en aquella remota zona.

Fue, precisamente, a raíz de este trabajo cuando el Sr. Larregui, que estaba harto de oír constantemente las extraordinarias hazañas que contaban sus compañeros yanquis, de obtención de records en los más diversos campos, espoleado en su amor propio tomó una decisión que habría de cambiar su vida para siempre.

Así, pues, ni corto ni perezoso apostó con sus compañeros a que iba a ir andando desde Piedra Buena o Santa Cruz, en Patagonia, hasta Buenos Aires, nada menos que 3.500 km!!. Para ello se construyó una carretilla en la que llevaría todos sus utensilios de cocina, la tienda para dormir, ropas y poco más. Total más de 150 kilos para arrastrar utilizando una correa que se enganchaba a los hombros.

Como buen vasco, hombre de palabra y de una voluntad descomunal, se puso en camino el 25 de marzo de 1935, llegando, tras arrostrar todo tipo de contratiempos, fríos intensos, lluvias, calores extremos, enfermedades, lesiones y hasta algún atraco, a la ciudad de Buenos Aires, 14 meses después, o sea el 24 de mayo de 1936. Tenía entonces 50 años de edad y era un tipo flaco, enjuto, rubio, con bigotes y con su sempiterna boina encasquetada.

Su plan de ruta suponía caminar cada día en torno a 15-20 km. Iba siempre solo, únicamente acompañado por su perro, “Secretario”. Demostró el Sr. Larregui, para sobrevivir, un fino instinto de marketing, pues cuando llegaba a cada ciudad se dirigía a los periódicos o radios locales anunciando su presencia y enviando un cariñoso saludo a las autoridades, fuerzas vivas y la colonia vasca en particular.

Tenía, también,   buen cuidado en señalar que no pedía limosna, pero que aceptaría gustoso, sin embargo, “patrocinios”, como diríamos ahora. Vendía, también, fotos suyas dedicadas, exhibía su preciosa colección de mariposas y en resumen apreciaba una buena comida ofrecida por sus paisanos o una cómoda cama, si se terciaba. ¿Por qué no? Al llegar a Buenos Aires recibió un acogida multitudinaria tal era la fama que había ido adquiriendo. Hasta el presidente de Argentina, Agustín B. Justo, le recibió en audiencia privada.

Gracias a un estupendo libro escrito por la profesora de Puerto Iguazú, Dña. María Esther Rolón, titulado “De Puro Vasco Nomás”, hemos podido leer cantidad de crónicas de periódicos locales en que se recogen con gran simpatía las andanzas del pamplonés. En ellas se pone constante énfasis en exaltar las virtudes de la raza vasca, su abnegación, espíritu de sacrificio, sencillez, reciedumbre y cumplimiento de la palabra dada. Tal era, entonces, la fama que nuestros paisanos tenían en Argentina.

El Sr. Larregui no se conformó con los 3500 km. recorridos y pasados algunos meses de descanso en la capital se lanzó de nuevo a la carretera con una nueva carretilla pero con el mismo peso, más de 150 kilos. Sus siguientes expediciones le llevaron al norte de Argentina, hacia Jujuy, atravesando luego los Andes hasta Chile, llegó a Bolivia, también y únicamente le quedó pendiente subir hasta Nueva York, como el soñaba. En total, se pasó 14 años tirando de la carretilla y comiendo a base de lácteos. En total recorrió más de 22.000 km, que se nos antoja una enormidad y desgastó, solo en su primera aventura, 33 pares de zapatillas o alpargatas.

Recaló, por fin, en la provincia argentina de Misiones, cerca de las cataratas de Iguazú, en 1949, donde fascinado por su imponente belleza, decidió “sentar cabeza”, construyéndose con destreza de carpintero, que era su antiguo oficio, una casita de latas, en la que acompañado por sus perros y embelesado con el canto de los pájaros, vivió sus últimos años, ejerciendo como guía a los turistas, a quienes atendía, según el libro citado, en nada menos que 6 idiomas. Falleció nuestro recio vasco-navarro el 5 de junio de 1964, arrullado por el rumor de las cercanas cataratas.

Pudimos visitar emocionados su humilde tumba y rezar una oración por su alma en el agreste cementerio de El Salvador, en Puerto Iguazú, cerca de las cataratas.

Descanse en paz el incansable rochapeano de la carretilla.

2 comentarios sobre “El vasco de la carretilla

  1. Mª Josefa Lastagaray dice:

    Me ha encantado volver a recordar esta historia, ya completa Javier, que me contaron por encima. La supe cuando viajé a Necochea -ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires donde tengo unos familiares vascos- y disfruté de sus tierras. Me ha gustado saber, también, que el sr. Larregui vivió casi 80 años en un entorno apacible después de su aventurera vida.

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