Artículo seleccionado y publicado a propuesta del miembro de la Delegación Francisco de Paula García Martín:
El hortera vizcaíno y los nuevos nobles de la Villa y Corte
(Narración del siglo XVIII)
SEMANARIO DE SALAMANCA (*)
MARTES, 5 DE JULIO DE 1796.
Señor Editor:
Soy Vizcaíno, hombre de bien y Zapatero: nunca he escrito para la prensa, y si mi conciencia no me obligase, tampoco tomaría ahora la pluma. Que los puristas, o más bien los censores de comas y palabras, me perdonen si no escribo bien: hago buenos zapatos y, si no me viese precisado, no me metiera a escritor.
Creo que para darme a entender, será preciso dar una breve noticia de mis primeros años.
Vine a Madrid a los 14, sirviendo de contrapeso a un fardo de un macho de arriero, y destinado a un mostrador de la calle de Postas.
Traía recomendaciones, y fui presentado a mis paisanos el Conde de…, al Señor D. …, al Señor D. …, etc., etc., de los que algunos se decían mis parientes y todos mis protectores, recomendándome mucho la economía, buena conducta y, sobre todo, la paciencia. Yo sabía ya que estos grandes Señores habían dejado la madre patria bajo los mismos auspicios que yo, y con tales ejemplos mis esperanzas eran muy lisonjeras.
¡Ay! ¡y como me engañé! Mi alma se fastidió a los ocho días de la vida monótona, sedentaria, y estéril del mostrador, pareciéndome que un hombre no debía pasar sus mejores años en semejante inacción.
La melancolía se apoderó de mí, y la sombra de mi tienda me hizo pasar un tabardillo (1) tan fuerte como si hubiera estado sufriendo el sol ardiente de la canícula.
Visito de nuevo a mis protectores, y viendo uno de ellos mi buena letra y mis principios de Aritmética, me lleva a su mesa para que le ayude al cambio de letras.
Mas, ¿cuál fue mi tristeza, cuando llegué a convencerme que, para llegar a ser rico por el comercio, era preciso ser una máquina atada a una mesa, copiando continuamente cartas y letras, escritas siempre con aquel espíritu que entre esta gente se llama «saber hacer su negocio»?
Entonces comprendí cómo se podía llegar a ser un millonario sin más fondo que el de mucha paciencia. En fin, disgustado de mi destino, se lo digo a mi amo; se enfada, y me echa de casa.
Sin recursos ni protectores, me dirijo a un clérigo, lleno de Beneficios simples, y que era mi pariente. Éstas fueron sus propias palabras: «se conoce, Juan, que te llama Dios por los estudios, y ya que tienes algunos principios de latinidad, perfecciónate en ella, estudia Filosofía en Santo Tomás, después Teología, y viéndote nuestros paisanos un hombre de carrera, quizá llegarás a ser un grande hombre.»
En vano le repuse que los libros de Gramática, y más el método de aprender el latín, me habían fastidiado tanto como la ciencia de hacerse rico por el comercio. Me dijo que, en entrando en la Filosofía, hallaría cosas divertidas, que se me pasarían las horas enteras ensartando silogismos en «bárbara», y poniendo «sorites» (2); que para poder vivir mientras mis estudios, me pondría en casa de otro eclesiástico que necesitaba de un chico que le ayudase con la carga del rezo, y le hiciese compañía cuando fuese de paseo.
Y como ya tenía aprendido lo más fastidioso de la Gramática, no dejaba de tener algún gusto en traducir a Cicerón, a Salustio y Cornelio Tácito: y confieso que estos libros, principalmente Séneca, me han dado buenos consejos para conducirme en mi vida oscura de zapatero.
Mas, si los principios de la Gramática me habían disgustado de los libros, lo que llaman «Súmulas» (3) me los habían hecho de tal modo ridículos, que no podía resolverme a leer diez líneas de un tal embrollismo de palabras. Sin embargo, asistía con atención a los ejercicios de los filósofos de tercer año y los profesores más adelantados, y confieso que me parecían los más insensatos y más ridículos de todos los hombres, al disputar con tal tenacidad y tan largamente acerca de unas cosas que ninguno de ellos entendía.
Cedo a la fueza de mi destino, y huyo de las Escuelas, sin saber dónde volver la cara para pasar esta vida mortal. La vida del soldado no era de mi genio… en fin, me resuelvo a tomar un oficio de los que llaman mecánicos que me diese que comer, y elijo el más socorrido de todos.
¡Vea Vd., Señor Editor! Cosa no vista en España: a un Vizcaíno lleno de protectores y de parientes ricos en la Corte, metido a sus diecisiete años a aprendiz de zapatero, que con otra alma más vil o menos amiga del orden quizá fuera ahora… ¿quién sabe?
No obstante, soy un buen marido, un buen padre y un buen hombre; tengo un buen pasar, y muchas veces me río de muchas cosas que veo.
Ayer nada menos tuve un rato que me sacó la risa, pero también me escandalizó. Ya he dicho que me creo obligado a publicarlo para la común enmienda: y supuesto que Vd. dice que azota los vicios en su Periódico, imprima éste papel.
Es el caso que yendo a llevar zapatos a casa de un parroquiano, tuve que esperar en la antesala porque había visita; estaban las puertas medio abiertas y, sin querer, οí la conversación que un hombre tenía con la señora de la casa.
— El mundo está otro -decía una voz que no me era del todo desconocida-. ¿Querrá Vd. creer, señora, que el otro día fui a visitar a la primita de Vd., y volví a hallar allí a ése muchacho aventurero y desconocido, que estos años pasados tenía allí tanto dominio?
— ¡Ah! ya sé quién dice Vd. -dijo la señora-; ¿qué quiere Vd.?, mi prima ha dado en la manía de no estimar los hombres si no es por su conducta y sus talentos: si un Grande la visita, y éste es un fatuo, un aturdido, no hará caso de él, y toda su atención se la llevará un hombre oscuro que esté a su lado, que tenga, según ella, luces y hombría de bien. Es rara, ¿qué quiere Vd.?
— ¡Oh, señora! -repitió él-, eso no es darse a estimar. ¿No sabe Vd. qué sucede con eso? Que ningún hombre de mérito ni de distinción querrá ir a su casa, por no verse confundido con esa canalla, que ella llama sabios. Es verdad que por ahora no necesita de nadie esta señora, pero le puede surgir algún empeño o cualquier otra cosa, y no tendrá a quien volver la cara. Que vaya, que vaya entonces a esos literatos, a esos sabios, a esos hambrones, y lo más que le darán serán unas cuantas sentencias de Platón o de Séneca. ¿Qué más han de poder dar unos hombres que necesitan a todo el mundo, que no vienen a Madrid, si no es por cómo pueden meter el hocico en alguna de nuestras casas; a ver cómo se pueden hacer con relaciones para pillar alguna cosa con que poder pasar la vida…? Yo no puedo tolerar a esta gente, es cosa que cuando me los encuentro en alguna visita, no estoy en mí hasta que me despido. ¡Yo no sé adónde vamos a llegar! Cuando vine a Madrid no había este trastorno de clases: se nos distinguía más, y éramos más respetados. Un Título, un Grande, etc., era entonces un pequeño Soberano, por todos respetos temible, que hacía todo lo que quería, hasta salvar a los delincuentes sin dejar al Juez poder para ejecutar las leyes, y no ahora, que así chicos como grandes, así pobres como ricos, así nobles como plebeyos, todos estamos tan sujetos a esos golillas (5), que un solo alguacil nos hace temblar a todos.
— ¡Vea Vd. mi prima! -dijo la señora.
Pero tales sandeces y tan poco respeto y sumisión a las órdenes vigorosas que nuestros últimos Soberanos han promulgado, para hacer ejecutar la ley por todas partes sin distinción de personas, me acaloraron un tanto, y quería salir cuanto antes de esa casa. Atropellando por todo, me anuncio por segunda vez, teniendo la fortuna de que la visita se despidiese.
Confieso que, mientras estuve oyendo, pensaba que el hombre que así hablaba sería, cuando menos, alguno de éstos de primera clase que, viéndose oscurecido por el mérito personal de los de la clase media, no tienen otro desahogo que acordarse de la sangre azul que corre por sus venas, y desde lo alto de su Grandeza dispensarnos el menosprecio que merecemos los que solamente la tenemos encarnada.
¡Pero cuál fue mi sorpresa cuando me encaro con F. …, mi paisano, mi pariente, que como yo había venido a Madrid; que como yo, había sido hortera y que, no teniendo una alma como la mía, había tenido la paciencia de hacerse rico por el comercio, que ya era un gran señor, etc.
Señor Editor: nuestra Santa Religión nos manda ser humildes, y nosotros somos soberbios; nos manda no engreírnos con las vanidades mundanas, y a la menor distinción nuestro corazón se llena de orgullo; nos manda no despreciar a nuestros hermanos, y en llegando a ser ricos, nos parece que los pobres no merecen nuestras miradas; nos manda obediencia a las leyes de los Soberanos, y a título de nuestra grandeza queremos sustraernos de ellas.
¡Bendita sea la hora en que por la primera vez me puse el tirapié! (5)
Madrid y Junio 20 de 1796
De Vd.,
El Maestro Juan.
Y.
NOTAS
(1) Tabardillo:
Insolación (malestar por exposición excesiva al sol).
(2) Sorites:
Raciocinio compuesto de muchas proposiciones encadenadas, de modo que el predicado de la antecedente pasa a ser sujeto de la siguiente, hasta que en la conclusión se une el sujeto de la primera con el predicado de la última
(3) Súmulas:
Compendio o sumario que contiene los principios elementales de la lógica.
(4) Golillas:
Ministros togados que usaban la «golilla», adorno hecho de cartón forrado de tafetán uotra tela negra que circundaba el cuello.
(5) Tirapié: Correa unida por sus extremos que los zapateros pasan por el pie y la rodilla para tener sujeto el zapato con su horma al coserlo.
(*)
EL SEMANARIO DE SALAMANCA
Semanario erudito y curioso de Salamanca
(Textos y Descripción: Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España)
El Semanario erudito y curioso de Salamanca, que había empezado a publicarse el uno de octubre de 1793, cambia definitivamente su título a Semanario de Salamanca a partir de su número 48, correspondiente al 15 de marzo de 1794, aunque ya lo había adoptado esporádicamente en su número 3, de ocho de octubre de 1793. En otro momento de su vida adoptará también ocasionalmente el título de Semanario literario y erudito de Salamanca. Se trata pues del mismo periódico que fundara el presbítero Francisco Prieto de Torres, que sigue saliendo de las prensas de doña María Rico Villoria, por los impresores Manuel de la Vega y Manuel Rodríguez, en números de ocho páginas (en ocasiones 12) y a una columna, con frecuencia bisemanal (martes y jueves), aunque a partir de abril de 1797 saldrá con periodicidad trisemanal, para después volver a su frecuencia inicial. Por último será impreso por Francisco de Toxar.
Su estructura y contenidos siguen siendo los mismos: artículos doctrinales sobre política, economía, comercio, agricultura, filosofía, religión, etc., de divulgación de las ciencias y de las artes y de creación literaria, especialmente en verso, para al final ofrecer las noticias denominadas «particulares», es decir, las concernientes a la ciudad salmantina (hallazgos, pérdidas, ventas, teatro, festividades y culto religioso, bibliografía, etc.). Asimismo publica edictos reales y eclesiásticos, pastorales y una sección bajo el epígrafe «Se ha recibido el siguiente papel», que corresponde a los textos que le enviaban para su publicación los lectores del periódico, que se convierten así en colaboradores, y que debían pasar asimismo por la censura para su publicación. También publica la lista de sus suscriptores, y en los primeros números de 1795 la cabecera estuvo acompañada de un grabado con el escudo de la ciudad.
Un gran número de textos son firmados con seudónimos o iniciales, habituales en la prensa de finales del XVIII, pero se sabe que entre los autores de sus contenidos se hallaban los propios :
- Juan Meléndez Valdés,
- Juan Gaspar de Jovellanos,
- Francisco Sánchez Barbero,
- Juan Fernández de Rojas,
- Fray Diego González.
Publicó también suplementos. Su paginación será continuada semestralmente, y al final llegará a incluir índices en sus últimos números de diciembre y junio, coleccionándose sus números en tomos asimismo semestrales.
La colección de este título de la Biblioteca Nacional de España alcanza hasta el número 370, correspondiente al 27 de septiembre de 1796, pero las colecciones del Archivo Municipal y de la Universidad de Salamanca son más completas, datándose el cese de esta publicación el 30 de octubre de 1798, correspondiente al número 586. Otra colección más completa se encuentra en la Universidad de La Laguna, y existen algunas referencias de que se publicaba en 1800.
Artículo seleccionado y publicado a propuesta del miembro de la Delegación Francisco de Paula García Martín.