El otoño siempre hiere (en la muerte del escritor Raúl Guerra Garrido)

Raúl Guerra Garrido

El otoño siempre hiere, (en la muerte del escritor Raúl Guerra Garrido)
Autor: FÉLIX MARAÑA

Foto: ABC

No se puede explicar la obra, el pensamiento, la vida de Raúl Guerra Garrido, un doctor en farmacia que nació para escritor, sin su vínculo, arraigo, vivir y desvivir, en la ciudad de San Sebastián y en el País Vasco.

A esta ciudad llegó con su título de Farmacia, una imaginación desbordante, una novia, una vitalidad y energía más allá del común y un deseo de comprender el mundo. Si algo hemos de destacar de su obra intelectual, por encima de las discusiones críticas o ideológicas que la misma concita, es su capacidad para mirar en perspectiva, para darse cuenta de la realidad, para ver lo que otros no veían o no querían ver. Eso distingue al intelectual del común. Saber apreciar el horizonte, la cosmovisión, la unidad de significación amplia, en la que Raúl Guerra Garrido tuvo olfato y ventaja.

«Cacereño»

Recién titulado en la profesión que también determinó su vida, construyó familia y farmacia al lado de este mar Cantábrico, donde soñó todos los horizontes y ha muerto.
Y fue llegar, poner en marcha una farmacia, y escuchar, ver y analizar el discurso de la sociedad en la que se sitúa. Y de ahí nace su primera obra, el primer retrato, incómodo para unos y evidente y clarificador para otros, como resalta en un cuento “Cacereño”, porque Cacereño fue cuento antes que novela, un relato que esbozaba la peripecia de la emigración interior (de los charnegos, manchurrianos, maquetos, coreanos, belarrimotzak), que pobló Gipuzkoa de los años sesenta del siglo XX, como ocurrió en otras regiones, donde las gentes acudían a la llamada del desarrollo en la mejora de sus vidas. Con el relato “Cacereño” ganó el premio Ciudad de San Sebastián, en 1968.
No era un año cualquiera en la historia del mundo, tampoco en la historia vasca. A los meses (1969), Guerra publicó la novela del mismo nombre, que alertó a algunos, enfado a otros, pero que retrató la tensión que una sociedad que acoge y recibe, con
más o menos aprecio o menosprecio, a unos semejantes que llegan en busca de horizonte. Hay en esa novela un sustrato, un poso histórico y sociológico revelador que, como dijo José de Arteche, era una advertencia para todos.

«Lectura insólita del Capital»

En esta y otras miradas, Raúl Guerra Garrido fue un adelantado. Como lo fue a la hora de entender el drama de la violencia, a la temprana edad de 1976, como vemos en su novela “Lectura insólita de El Capital”, con la que obtiene el premio Nadal.

El escritor plantea una situación dramática, que acaecía en la realidad vasca con desgraciada frecuencia, el secuestro de un empresario, a quien por todo alimento ideológico sus secuestradores invitaban a leer a Carlos Marx. Guerra sabía que es muy posible que los secuestradores no habían leído a Marx, porque si hubieran leído pensaban y el pensamiento no se compadece con el terror.
En aquellos días Raúl Guerra Garrido estaba ocupado también en una acción colectiva, que no era revolucionaria, pero que formaba parte de su construcción intelectual, que en resumen es la obra de un resistente, que se niega a dejar pasar los días y la existencia, tanto personal y colectiva, sin preguntarse qué puede hacer por cambiarla.
Uno de los lemas del escritor donostiarra era invocar el “atrévete a equivocarte”, que iba más allá del reto, pero fue siempre para él horizonte y motivo. Así, se implicó en una tarea colectiva, como fue la edición de las revistas “Kurpil” y “Kantil”, un proyecto de animación cultural que tenía por principal objeto el reconocimiento y promoción de la creación literaria y artística.

“El otoño siempre hiere”

En una de sus últimas novelas (Raúl siempre pensaba que la última estaba por venir), “El otoño siempre hiere” (2000), el escritor ahora fallecido afirma en uno de sus capítulos que “el sol es la última alegría del resucitado”, donde aparece su alma de
poeta, que él nunca advirtió, incluso llegó a negar. Esta novela, donde hace una constante reflexión filosófica y vital, que comienza con la primera frase de cada enunciado, es una meditación sobre el sentido de la vida, tras conocer el narrador, el propio novelista, que ha fallecido un pariente en la tierra de El Bierzo, de donde procede la familia. Es la misma herida que recibe por la vida, por la imposición o por la violencia, el receptor de aquella carta que tantos ciudadanos recibieron en el tiempo oscuro, en el que se les brindaba, bajo amenaza de muerte, a contribuir a financiar el terror.

Se ha dicho que en Euskadi se ha tardado en retratar en la literatura aquella infamia, pero entonces es que no se ha leído a Raúl Guerra Garrido en 1968, 1970, 1977, 1990 (“La carta”, la que recibe el industrial Luis Casas para que se vaya preparando).

Un día, un día muy triste, la farmacia de Raúl, en cuya rebotica hizo tantas guardias, y escribió algunas de sus mejores páginas nocturnas, voló por los aires, ardió en una ceremonia cruel. Afortunadamente, el escritor, el hombre, supo reaccionar con
inteligencia, la emocional y la otra, la que rige el mundo, y seguir creando, escribiendo, viviendo y pensando en alto en la ciudad y el país que más amó, aunque algunos de sus contemporáneos entendieran lo contrario.
Pero la gran aportación de Guerra Garrido, un hombre atento a la realidad y al discurso de las nuevas tecnologías (durante un tiempo fue comentarista de TV en el periódico), está en el medio centenar de libros de narrativa, una excelente colección
de cuentos (“Micrófono oculto”), en algunos ensayos primorosos (“Castilla en canal” o “La Gran Vía es Nueva York”), que resumen y explican la tentación constante de un hombre, ciudadano resistente, escritor de vocación constante y enfermiza, científico en la farmacia, deportista en la vida (el baloncesto pudo ser un porvenir), un hombre con una ilusión por el futuro, que hace tan sólo unas horas nos preguntaba cuándo saldrá el libro “Pío Baroja, novelista y médico”, del que nuestro escritor es parte. Una de sus últimas alegrías. La nuestra, haber vivido, discutido (mucho) y amado (mucho) la pasión por la palabra con un escritor que forma parte de la vida cultural y social más edificante del País de los Vascos contemporáneo. Agur eta ohore.

Más información sobre Raúl Guerra Garrido en AUÑAMENDI-EUSKO IKASKUNTZA:

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F. M. es editor y coautor del libro “Inventario de Raúl Guerra Garrido” (2005).

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