Un Viaje de Jovellanos por el País Vasco

jovellanos

Por Javier Aramendía

Gaspar Melchor de Jovellanos, el gran ilustrado asturiano, aprovecha un viaje a su Asturias natal, comisionado por el Gobierno para verificar la situación de las minas de carbón asturianas y sus posibilidades de desarrollo, para extender su itinerario, llevando a cabo una visita llena de curiosidad al País Vasco.

Fruto de la misma son algunos comentarios reflejados en sus Diarios, atinadamente reseñados por historiadores como Manuel Fernández Alvarez, en su biografía “Jovellanos el Patriota”.

Conviene tener en cuenta que nos hallamos a finales del verano de 1791, cuando se estaba iniciando en España el reinado de Carlos IV y existía una gran inquietud entre los estamentos nobiliarios y las élites, en general, sobre los acontecimientos que se precipitaban en la Francia de la Revolución.

Jovellanos se encuentra en esos momentos en una situación complicada, pues va teniendo evidencias alarmantes sobre su pérdida del favor real, por su carácter reflexivo e independiente, lejos del tipo de cortesano de halagos y adhesiones incondicionales al Poder.

Ha manifestado su amistad leal al hacendista Cabarrús, y no repudiado a su amigo Olavide, ambos caídos en desgracia y eso no se lo perdonan los elementos más reaccionarios de una Corte, ya degenerada desde el fallecimiento de Carlos III.

Nuestro ilustrado, apartado en ese momento de la Corte y semicondenado al ostracismo, puede utilizar su tiempo y enfocar su curiosidad hacia otras regiones vecinas, realizando excursiones de indudable interés para un hombre hondamente preocupado por el destino y devenir de su país.

Bilbao, Loyola, Vitoria,…

Destacamos de sus Diarios su estancia en Bilbao, no muy larga, pero que le permite apreciar, aparte de la coincidencia en la posada con muchos exiliados franceses, el “excelente empedrado y alumbrado de la villa”.

Le parecieron simpáticos y abiertos sus habitantes y no deja de anotar que debe tener una población “de más de de quince mil almas, según hierven”.

De Guipuzkoa, se detiene en particular, en el santuarío de Loyola, cuya arquitectura, en especial su portada, está lejos de suscitar su admiración.

En Vitoria le impresiona la Plaza Nueva, “bella y sencilla”, obra de Olaguibel, discípulo de Ventura Rodriguez. Admira en Gasteiz los cuadros de Van Dick, en la iglesia de Santa María, las tallas de Gregorio Hernández en San Miguel y sobre todo “La inmaculada”, de Carreño de Miranda.

Jovellanos y el Seminario de Vergara

Como buen ilustrado y por tanto conocedor de la obra del Conde de Peñaflorida, fundador de la Sociedad Bascongada de Amigos del País, que cita profusamente en sus Diarios, concentra su atención en la obra magna de nuestra Sociedad: El Seminario de Vergara.

Así pues, el viajero se detiene en especial en esa villa, pasea sus calles y admira sus edificios civiles y religiosos, ensalzando sobre todo en la iglesia de San Pedro el Cristo de Juan de Mena y el cuadro del “Nacimiento”, de Juan de Ribera.

Se informa en detalle sobre el el seminario, escudriñando sus aulas y métodos pedagógicos. Es un día de septiembre y a pesar que son vacaciones y hay escaso movimiento, anota que son 76 los alumnos internos, más otros doce externos.

Inquiere, también, sobre su claustro de profesores, cuotas de enseñanza y otras materias relativas a su funcionamiento.

Probablemente, como apunta su biógrafo Fernández certeramente, está pensando ya en el futuro Instituto Asturiano de Gijón, con las Escuelas de Náutica y Mineralogía y observando experiencias exitosas ya existentes.

Respecto a las enseñanzas impartidas en el seminario, nos hace notar que eran, en primer lugar, las matemáticas y ciencias útiles como la física y la química. También entran en el curriculum, lógicamente, materias que hoy llamaríamos “de letras”, como el latín y la retórica.

No escapa a su curiosidad que el seminario se preocupa igualmente de pulir la faceta formativa de sus alumnos, acercándolos en primer lugar a la naturaleza a través de paseos y excursiones. Se organizan, igualmente, tertulias dirigidas por algún personaje versado en determinadas materias, sesiones de teatro y conciertos musicales.

El mismo Jovellanos asistió a un de esos conciertos, nos dice el biógrafo, “donde tocaron seis seminaristas las sonatas de Pleyel”.

Esta formación integral de las élites ha sido y es común en las grandes universidades, especialmente del mundo anglosajón. No menciona Jovellanos, sin embargo, la importancia del “networking”, o tejido de relaciones sociales, tan útiles en el desarrollo posterior de los alumnos.

Pandemia!

Un apunte también oportuno, en estos tiempos de pandemia, es que D. Gaspar Melchor, se escapa al día siguiente de Vergara, cabalgando hasta Vitoria, “ante la amenaza de viruelas” ¡Nada nuevo, desgraciadamente!.

Existen en sus Diarios otros enjundiosos temas sobre la vida en aquellos tiempos, tales como los relativos a los medios de transporte de viajeros: caballerías y alguna que otra diligencia, con sus correspondientes y frecuentes vuelcos, dado el pésimo mantenimiento de los caminos y el cochambroso e insalubre estado de las fondas y alojamientos, en general.

Al hilo de estos últimos, pensamos que tal vez se debió en parte su desfavorable opinión sobre la arquitectura del santuario de Loyola, reseñada anteriormente, a su falta de descanso en Azkoitia, en “una pésima posada”.

Hay que resaltar, sin embargo, su favorable crítica sobre una fonda nueva en San Sebastián. De este establecimiento nos dice:”la posada nueva, buena y bien servida, da hacia la plaza, comimos bien”.

En fin, interesantes observaciones de un viajero culto, genuinamente preocupado por la situación de su país, sus paisajes, estudios, cultura, transportes, infraestructuras y servicios, que diríamos hoy. Así vió Jovellanos a nuestro País Vasco, con sus luces y sombras, a finales del siglo XVIII.

Autor: Javier Aramendía Gurrea

 

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