El próximo 3 de junio en la iglesia de San Ignacio de Madrid (C/ Príncipe 31), se repondrá la obra La confesión de Loyola. Montserrat, 1522 escrita por el dramaturgo Ignacio Amestoy, miembro de la RBAP. La obra conmemora los 400 años de la canonización de Ignacio de Loyola y Francisco de Javier.
Por su interés traemos el prefacio entregado por D. Pedro Lamet, S.J. quien presentará el acto;
PÓRTICO A “LA CONFESIÓN DE LOYOLA”,
DE IGNACIO AMESTOY EGUIGUREN
Pedro Miguel Lamet, SJ *
Aparece la publicación de esta pieza teatral en pleno Año Ignaciano (2021-2022), en el que se celebran los centenarios de la herida y conversión de Ignacio de Loyola (1521-1522) y el de su canonización por el papa Gregorio XV (1622). Curiosamente hay cierto paralelismo entre la época en que nació y vivió Íñigo y la que estamos viviendo ahora mismo.
Aquel Renacimiento…
En 1491, España y el mundo se encontraban en una auténtica convulsión. La Edad Media llegaba a su término y Europa entraba en el Renacimiento. Así que el recién nacido llegaría a ser un hombre a caballo entre dos mundos. Una época con algunas semejanzas a la nuestra. Europa, en la última parte del siglo XV, asistía a grandes descubrimientos e invenciones. Los exploradores zarpaban hacia el Este, rumbo a la India y Japón; por el Oeste, a las Américas, y por el Sur hacia África, mientras los estudiosos y artistas volvían su mirada a las civilizaciones olvidadas de Grecia y Roma. La imprenta alimentaba la sed de conocimientos entre la clase media; la pólvora revolucionaba la estrategia de la guerra, y la brújula la de la navegación. Era el fin de la época de caballería y el comienzo de un nuevo humanismo, un tiempo pues de cambios rápidos, agitación social y guerras. Los siglos XIV y XV marcan también en la esfera económica el comienzo de la gran época mercantilista y nacimiento en Venecia de los banqueros.
El ser humano se percibe a la sazón como un superhombre que rompe sus cadenas y así se vuelve más frívolo, pródigo y licencioso. Los propios representantes de la Iglesia, incluidos los papas, se vieron también sumidos en esta transformación, que va resquebrajando la vieja cristiandad. El hombre rechaza la tutela de la Iglesia y del Imperio; se imponen constantes fricciones entre papa y emperador, a los que se une la creciente decadencia de los monasterios y las órdenes mendicantes en busca de privilegios; se imponen la simonía y el cisma. Todo contribuye a que en el s. XIV cunda en la Iglesia la sensación de miedo.
En plena amenaza del turco y la toma de Constantinopla, comienza la empresa fallida de la Cruzada. Se respiraba en el ambiente un nombre: Jerusalén, y su conquista. Los reyes clamaron entonces por la reforma de la Iglesia y abundaban en la idea de convocar un concilio para curar tanta decadencia.
1522, hoy
Hoy día la situación del mundo es bien conocida por todos. Nuestra sociedad vive cierto paralelismo con la de Ignacio en grandes cambios tecnológicos, globalización, caída de valores, nacionalismos, imperio de la materia, desmitificación secularizada, confusión posmoderna, pandemia, terrorismo, migraciones, globalización, hambre, deterioro ecológico, amenaza de guerras, desigualdades, miedo al futuro y un largo etcétera.
Sobre Ignacio Amestoy…
Por tanto, la obra dramática que hoy presentemos, el autorretrato escénico titulado La confesión de Loyola, de Ignacio Amestoy Eguiguren no puede ser más oportuna. Periodista, profesor y dramaturgo bilbaíno, perteneciente a la llamada Generación de la Transición, es bien conocido por su premiada obra. Primero como periodista, con cargos directivos en El Pensamiento Navarro, La actualidad española y Diario 16, donde fue director adjunto. También ha sido ayudante de dirección en programas teatrales para Televisión Española, profesor de Literatura dramática en la Real Escuela Superior de Arte Dramático, director de la misma, del Teatro Español, del Centro Cultural de la Villa de Madrid, del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid y de UNIR Teatro.
Como autor teatral hay que subrayar su profundo conocimiento del teatro clásico español y una gran erudición, que le han permitido abordar el teatro contemporáneo con gran precisión y conocimiento, volviendo a temas clásicos o de autores consagrados más próximos —como Antonio Buero Vallejo— provisto de una mirada tan nueva y actual, como rigurosa. La mujer, el País Vasco y el propio período de la Transición democrática son algunos de los espacios, al tiempo que interrogantes, sobre los que tratan sus obras. De ellas cabe destacar una veintena de obras dramáticas: Mañana, aquí, a la misma hora, que fue la primera (1979); Ederra; Doña Elvira, imagínate Euskadi, y la tetralogía dramática Cierra bien la puerta, Chocolate para desayunar, Rondó para dos mujeres y dos hombres y De Jerusalén a Jericó, con las que ha obtenido importantes galardones. Entre sus últimas piezas estrenadas destacan La última cena, Dionisio Ridruejo. Una pasión española, y Lope y sus Dororeas o Cuando Lope quiere, quiere (2021).
Con el presente monólogo, que ve la luz en este opúsculo, Amestoy, aborda un gran desafío: trazar un autorretrato del primer Ignacio de Loyola, su infancia, su juventud y su airada vida de gentilhombre hasta su conversión. Se sitúa pues en el momento clave en que, renunciando a los fastos prometedores, al que por casa solariega y educación en la Corte de los Reyes Católicos estaba destinado, y tras su luminosa herida de Pamplona, el aguerrido caballero a las órdenes del virrey de Navarra don Antonio Manrique de Lara, experimenta un profundo discernimiento interior y cambia su vida radicalmente.
La obra
La obra se desarrolla en una celda de la abadía de Montserrat, donde Íñigo abre su conciencia en confesión general de su vida pasada al benedictino dom Juan Chanón. Eso limita en coordenadas de espacio y tiempo su relato a esa hora concreta, donde inicia, despojado de su vestimenta de gentilhombre, su azarosa vida de peregrino. Ello supone el reto escénico de circunscribir a dicho periodo la vida del futuro santo, que llegaría a fundar la orden religiosa más influyente, numerosa y polémica de la Iglesia católica, que conseguiría unir “virtud con letras” y revolucionar la vida religiosa de su tiempo. Por tanto, en el prólogo mismo de su peregrinaje “solo y a pie” por España y Europa.
No espere pues el lector una síntesis total de lo que sería la personalidad posterior de Ignacio, sino un retrato puntual del Íñigo joven y los fundamentos de cuanto llegaría a ser con el tiempo en sus estudios en Barcelona, Alcalá, Salamanca y París y, menos aún, como fundador de la Compañía de Jesús y sabio estratega, conductor de almas y gobernante en Roma, y desde allí en todo el mundo conocido a través de sus hijos, los primeros jesuitas.
Y aquí, a mi entender, reside la originalidad de la obra. Amestoy se atreve a penetrar en la intimidad de una confesión sacramental para trasladar a la escena lo que pudo ser el desbroche interior de un hombre, aún por construir, que, desde la soledad y la renuncia a todo, nos revela su vida en los inicios de su gran aventura. Se vale para ello el autor de una documentada contextualización histórica de la época, donde destaca su entrañable y profundo conocimiento de la tierra vasca, los avatares de lo que el propio Ignacio califica como propios de “soldado desgarrado y vano”, y sobre todo de la apasionante sociedad caballeresca que lo conformó.
Este monólogo escénico tiene la virtud de trasladarnos a una cosmovisión del mundo de hace cinco siglos, que, lejos de ser solo un pasado remoto, nos ayuda a contemplar nuestro mundo de hoy. Una época de pasiones universales en la primera globalización de nuestra historia, y transformaciones tan profundas como para engendrar obras tan distintas como El príncipe, de Maquiavelo, y El Quijote, de Cervantes, años después. Eso quizás explique la síntesis personal que Loyola llegó a cuajar en sí mismo del sentido práctico y el idealismo, de caballero soñador y gobernante, de espiritualidad con los pies en el suelo.
Actualidad de San Ignacio de Loyola
Hoy día nos encontramos, dado el panorama político, más cerca de Maquiavelo que del Ingenioso Hidalgo, más próximos a los manejos de Fernando el Católico y César Borgia que de ideales místicos como los de Teresa de Ávila, Juan de la Cruz y sus predecesores en el camino del “sueño imposible” que roturaron Ignacio de Loyola y Francisco de Javier. Es ilustrativo para la gente joven actual, enajenada por la tecnología y el consumismo, recordar que entonces también había ambición terrenal en los jóvenes que soñaban con poseer, triunfar y alcanzar el poder y el placer, y de otros, que, como Íñigo, despertaron a unos ideales más arriesgados y amplios, como para atreverse a romper los códigos imperantes de su sociedad corrupta, centrada en el egoísmo, para “en todo amar y servir” dedicándose a los demás.
Esta confesión, recreada por la feliz pluma y el buen hacer dramático de Ignacio Amestoy, quizás ayude a hacer comprender a nuestros contemporáneos, que, como llegará a decir el protagonista de esta obra, “no el mucho saber basta y satisface el ánima, sino el sentir de las cosas internamente”, y que “el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras”.
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* Escritor, poeta y periodista. Entre el medio centenar de libros que ha publicado destacan dos novelas históricas sobre san Ignacio, El caballero de las dos banderas y Para alcanzar amor. Ignacio de Loyola y los primeros jesuitas, y las biografías Pedro Arrupe; Juan Pablo II, hombre y papa; Díez Alegría, un jesuita sin papeles; Azul y rojo: José María de Llanos, y su contribución a la de monseñor Romero, Romero de América.